8.5.09

SIETE BASES DE DIVISION PROHIBIDAS

1 LIDERES ESPIRITUALES.

“Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo” (1 Co. 1:12). Aquí Pablo señala la carnalidad de los creyentes corintios al intentar dividir la iglesia de Dios en Corinto, la cual, por el ordenamiento divino, era indivisible, siendo ya la más pequeña unidad bíblica sobre la que cualquier iglesia podía ser establecida. Ellos procuraron dividir la iglesia sobre la base de unos pocos líderes que habían sido usados en medio de ellos especialmente por Dios. Cefas era un celoso ministro del evangelio, Pablo era un hombre que había sufrido mucho por amor de su Señor, y Apolos era uno a quien Dios ciertamente usaba en Su servicio; pero aunque los tres habían sido indiscutiblemente reconocidos por Dios en Corinto, Dios no podía permitir nunca que la iglesia allí los hiciera base de división. El ordenó que Su iglesia fuese dividida sobre la base de localidades, no de personas. Era correcto tener una iglesia en Corinto y una iglesia en Efeso, y era legitimo tener diversas iglesias en Galacia y varias en Macedonia, puesto que la diferencia de localidad justificaba la división en estas varias iglesias. Y también era bueno que los creyentes estimaran a aquellos líderes que Dios había usado entre ellos, pero hubiera sido totalmente erróneo dividir las iglesias según los líderes respectivos de los cuales habían recibido ayuda.
Pablo, Cefas y Apolos eran siervos fieles de Dios que no dejaban que ningún espíritu partidista los separara; eran sus seguidores los culpables de la separación. El culto a los héroes es una tendencia de la naturaleza humana que se deleita en mostrar preferencia por aquellos que atraen sus gustos. A causa de que muchos de los hijos de Dios saben poco o nada del poder de la cruz para contender con la carne, esta tendencia de rendir culto a un hombre se ha expresado frecuentemente en la iglesia de Dios, y ha causado en consecuencia muchos estragos. Está en conformidad con la voluntad de Dios que aprendamos de los hombres espirituales y que saquemos provecho de su dirección, pero es del todo contrario a Su voluntad que dividamos la iglesia según los hombres que admiramos. La única base bíblica para la formación de una iglesia es la diferencia de localidad, no la diferencia de líderes.

2 INSTRUMENTOS DE SALVACION.
Los líderes espirituales no son razón adecuada para dividir la iglesia, y tampoco lo son los instrumentos usados por Dios en nuestra salvación. Algunos de los creyentes corintios se proclamaron ser “de Cefas”, otros “de Pablo” y otros “de Apolos”. Ellos atribuían que el principio de su historia espiritual se remontaba a estos hombres, y por esto pensaban ellos que pertenecían a tales hombres. Es natural y común que las personas que han sido salvas por medio de un obrero o de una sociedad consideren que pertenecen a tal obrero o sociedad. Es asimismo natural y común que un individuo o una misión por cuyos medios la gente ha sido salva, considere que los que han sido salvos le pertenecen. Es natural, pero no espiritual. Es común, pero aun así, contrario a la voluntad de Dios. ¡Qué lástima! Muchos siervos de Dios todavía no se han dado cuenta de que son siervos de la iglesia local, y no amos de una “iglesia” privada. Las iglesias se dividen sobre la base geográfica, no sobre la base de los instrumentos de nuestra salvación.

3 ANTISECTARISMO.
Algunos cristianos piensan que son lo suficientemente perspicaces como para decir: “Yo soy de Cefas”, “yo soy de Pablo”, o “yo soy de Apolos”. Ellos dicen: “Yo soy de Cristo.” Tales cristianos menosprecian a los otros como sectarios, y sobre esa base comienzan otra comunidad. Su actitud es: “Usted es sectario; yo soy antisectario. Ustedes rinden culto a los héroes; nosotros adoramos sólo al Señor”.
Pero la Palabra de Dios no condena solamente a quienes dicen: “Yo soy de Cefas”, “yo soy de Pablo”, o “yo soy de Apolos”. Igualmente, con la misma determinación y claridad, denuncia a quienes dicen: “Yo soy de Cristo”. No es un error considerar que uno pertenece solamente a Cristo. Es correcto y aun esencial. Ni está errado repudiar todo cisma entre los hijos de Dios; es muy recomendable. Dios no condena esta clase de cristianos por ninguna de estas dos cosas; los condena por el mismo pecado que ellos condenan en otros: su sectarismo. Como protesta contra la división entre los hijos de Dios, muchos creyentes procuran dividir a aquellos que no dividen de quienes sí dividen; y ¡nunca se les ocurre que ellos mismos son divisivos! Su base de división puede ser más plausible que la de otros que se dividen a causa de las diferencias doctrinales o preferencias personales por ciertos líderes, pero el hecho sigue siendo que ellos están dividiendo a los hijos de Dios. Aun cuando repudian los cismas en otros, ellos mismos son cismáticos.
Cuando usted dice: “Yo soy de Cristo”, ¿da usted a entender que otros no lo son? Es perfectamente legítimo que usted diga: “Yo soy de Cristo”, si su frase indica simplemente a quién pertenece usted; pero si indica: “Yo no soy sectario; yo tengo una posición muy diferente a la de ustedes los sectarios”, entonces establece una diferencia entre usted y los otros cristianos. El pensamiento mismo de hacer distinción entre los hijos de Dios tiene su origen en la naturaleza carnal del hombre, y es sectario. Si vemos a otros creyentes como sectarios y nos consideramos a nosotros como no sectarios, inmediatamente estamos haciendo diferencias entre el pueblo de Dios, manisfestando así un espíritu divisivo aun en el mismo hecho de condenar la división. No importa el medio por el cual hacemos distinción entre los miembros de la familia de Dios —aun si es con el pretexto de Cristo mismo— somos culpables de cisma en el Cuerpo.
Entonces, ¿qué es lo correcto? Toda exclusividad es un error. Toda inclusividad (de los verdaderos hijos de Dios) es correcta. Las denominaciones no son bíblicas y no debemos tomar parte en ellas, pero si adoptamos una actitud de crítica y pensamos: “Ellos son denominacionalistas; yo no soy denominacionalista, ellos pertenecen a sectas, yo pertenezco sólo a Cristo”, tal diferenciación es definitivamente sectaria.
Sí, alabo a Dios porque soy de Cristo, pero mi comunión no es simplemente con aquellos que dicen: “Yo soy de Cristo”, sino con todos los que de hecho son de Cristo. Lo que es de suma importancia no es la confesión, sino el hecho. Aunque dicen los otros creyentes que son de Pablo, de Cefas y de Apolos, aun así el hecho es que son de Cristo. No me preocupa mucho lo que ellos dicen, pero sí me importa mucho lo que ellos son. Yo no pregunto si son denominacionalistas o no, sectarios o no. Yo sólo pregunto: “¿Son ellos de Cristo?” Si son de Cristo, entonces son mis hermanos.
Nuestra posición personal debería ser no-denominacionalista, pero la base de nuestra comunión no es el no-denominacionalismo. Nosotros mismos deberíamos ser no-sectarios, pero no nos atrevemos a insistir en el no-sectarismo como una condición de comunión. Nuestra única base de comunión es Cristo. Nuestra comunión debe ser con todos los creyentes de la localidad, no meramente con todos los creyentes no-sectarios en esa localidad. Ellos pueden hacer diferencias denominacionales, pero nosotros no debemos imponer requisitos no denominacionales. No nos atrevemos a diferenciarnos de ellos por el simple hecho de que hagan diferencia entre ellos y los demás. Ellos son hijos de Dios, y no dejan de serlo sólo por el hecho de diferenciar entre ellos mismos y otros hijos de Dios. Su denominacionalismo o sectarismo resultará en limitaciones severas impuestas al Señor en cuanto a Su propósito e intención para con ellos, y esto significará que nunca irán más allá de cierta medida de crecimiento y plenitud espirituales. Es posible que haya bendición, pero plenitud del propósito divino, nunca.
Todos los creyentes que viven en la misma localidad pertenecen a la misma iglesia. Este es un principio inmutable. No nos atrevemos a alterar la frase: “todos los creyentes en una localidad”, por: “todos los creyentes no-denominacionales en una localidad”. Si hacemos que el no-denominacionalismo o el no-sectarismo sea el límite de nuestra iglesia en vez de la localidad, entonces perdemos nuestra posición como la iglesia en cierta localidad y nos convertimos en una secta. No queremos una iglesia denominacional, y tampoco queremos una iglesia interdenominacional, ni siquiera una iglesia no-denominacional, sino simplemente una iglesia local. La diferencia entre una iglesia local y una iglesia no-denominacional es tan grande como la diferencia entre los cielos y la tierra. Una iglesia local es no-denominacional, sin embargo, una iglesia no-denominacional es denominacional. “La iglesia en Corinto” es bíblica pero “la iglesia de aquellos que dicen ‘Yo soy de Cristo’ en Corinto” no es bíblica. Nuestra obra es positiva y constructiva, no negativa ni destructiva. Queremos establecer iglesias, no destruir las denominaciones. La naturaleza humana tiende a irse a los extremos; es muy fácil que nosotros mismos seamos no-denominacionalistas y que lo demandemos de parte de otros; o en el otro extremo, que toleremos el denominacionalismo en otros, y poco a poco lleguemos a ser denominacionalistas. Nosotros debemos ser no-denominacionalistas, pero no debemos exigir el no-denominacionalismo en otros cristianos como base para nuestra comunión.
Por tanto, si llegamos a un lugar donde no se conoce a Cristo, debemos predicar el evangelio, ganar almas para el Señor y fundar una iglesia local. Si llegamos a un lugar donde ya hay cristianos, pero esos creyentes se separan a sí mismos en “iglesias” denominacionales, basados en diferentes factores, nuestra tarea es la misma que en el otro lugar: debemos predicar el evangelio, conducir los hombres al Señor, y hacer de ellos una iglesia sobre la base bíblica de localidad. Durante todo este proceso, debemos mantener una actitud de inclusividad, no de exclusividad, hacia los creyentes que están en las diferentes sectas, porque ellos, como nosotros, son hijos de Dios, y viven en la misma localidad; por tanto, pertenecen a la misma iglesia que nosotros. En cuanto a nosotros, no podemos unirnos a ninguna secta ni permanecer en alguna, porque nuestro vínculo con la iglesia sólo puede ser sobre el principio de localidad; pero en cuanto a otros, no debemos hacer que el salirse de una secta sea la condición de comunión con aquellos creyentes que están en una. Esto hará que la base de nuestra iglesia sea el no-denominacionalismo en vez de la localidad. Entendamos claramente este punto: una iglesia no-denominacional no es una iglesia local. Hay una gran diferencia entre las dos. Una iglesia local es no-denominacional, es positiva y es inclusiva; en cambio, una iglesia no-denominacional no es una iglesia local, es negativa y es exclusiva.
Entendamos claramente nuestra posición. No estamos tratando de establecer iglesias no-denominacionales sino iglesias locales. Procuramos hacer un trabajo positivo. Si los creyentes pueden ser llevados a comprender lo que es una iglesia local —la expresión del Cuerpo de Cristo en una localidad— ciertamente no permanecerán en ninguna secta. Por otra parte, es posible que vean todos los perjuicios del sectarismo y lo abandonen, sin saber aun lo que es una iglesia local. A aquellos entre quienes Dios se ha placido en usarnos debemos ayudarles a entender claramente la verdad con referencia a las iglesias locales y a no hacer hincapié en el asunto de las denominaciones. Ellos deben darse cuenta de que siempre que usen el término “nosotros” con relación a los hijos de Dios, deben incluir a todos los hijos de Dios, no simplemente a aquellos que se reúnen con ellos. Si cuando decimos “nuestros hermanos” no incluimos a todos los hijos de Dios, sino sólo a los que se reúnen continuamente con nosotros, entonces somos cismáticos.
No justifico el sectarismo y no creo que debamos pertenecer a ninguna secta, pero no nos corresponde a nosotros hacer que la gente salga de las sectas. Si llevar la gente a un conocimiento real del Señor y del poder de Su cruz llega a ser nuestro principal objetivo, entonces ellos se entregarán alegremente a El y aprenderán a andar en el Espíritu, repudiando las cosas de la carne. Encontraremos que no habrá necesidad de dar énfasis a la cuestión de las denominaciones, porque el Espíritu mismo los alumbrará. Si un creyente no ha aprendido el camino de la cruz ni a andar en el Espíritu, ¿qué provecho habría en que saliera de una secta?

4 DIFERENCIAS DOCTRINALES.
En el griego la palabra traducida “herejías” en Gálatas 5:20 no necesariamente conlleva la idea de error, sino de división con base en la doctrina. El Nuevo Testamento Interlineal lo traduce como “sectas”, mientras Darby en su Nueva Traducción en inglés lo pone como “escuelas de opinión”. El pensamiento completo aquí no se relaciona con la diferencia entre la verdad y el error, sino con la división basada en la doctrina. Mis enseñanzas pueden ser correctas o estar equivocadas, pero si las hago causa de división, entonces soy culpable de la “herejía” aquí mencionada.
Dios prohíbe cualquier división basada en asuntos doctrinales. Algunos creen que el arrebatamiento será antes de la gran tribulación; otros, que será después de la gran tribulación. Algunos creen que todos los santos entrarán al reino, otros que sólo una porción de ellos entrará. Algunos creen que el bautismo es por inmersión; otros, que es por aspersión. Unos creen que las manifestaciones sobrenaturales son un acompañamiento necesario al bautismo del Espíritu Santo, mientras que otros no. Ninguno de estos pareceres doctrinales constituye una base bíblica para separar a los hijos de Dios. Aunque algunos pueden estar en lo cierto y otros equivocados, Dios no autoriza ninguna división por causa de diferencias relativas a tales creencias. (Por supuesto, no estamos hablando aquí de los cimientos de la fe, las doctrinas esenciales acerca de las Personas divinas, la fe en Cristo, la Expiación, etc., sino de asuntos secundarios). Si un grupo de creyentes se ha separado de una iglesia local debido a su celo por cierta enseñanza que es conforme a la Palabra de Dios, la nueva “iglesia” que ellos establecen tal vez tendrá más enseñanza bíblica, pero nunca podrá ser una iglesia bíblica. Introducir un error a la iglesia es carnal, pero dividir una iglesia por causa de un error, también puede ser carnal. Es la carnalidad lo que muchas veces destruye la unidad de la iglesia en un lugar.
Si deseamos mantener una posición bíblica, entonces debemos asegurarnos que las iglesias que fundemos en varios lugares sólo representen localidades, no doctrinas. Si nuestra “iglesia” no está separada de otros hijos de Dios únicamente sobre el terreno de localidad, sino que es partidaria de la propagación de cierta doctrina en particular, entonces indudablemente somos una secta, no importa cuán verdadera sea nuestra enseñanza de la Palabra de Dios. El propósito de Dios es que una iglesia debe representar a los hijos de Dios que viven en una localidad, y no alguna verdad específica allí. Una iglesia de Dios en algún sitio abarca a todos los hijos de Dios que están en ese lugar, no únicamente a quienes tienen los mismos pareceres doctrinales.
Si llegamos a un lugar donde una iglesia ya ha sido establecida claramente sobre la base de localidad, y descubrimos que sus miembros mantienen opiniones que no consideramos bíblicas, o si consideran ellos que nuestras opiniones no son bíblicas, si rechazamos reconocerlos como la iglesia de Dios en aquella localidad y nos abstenemos de tener comunión con ellos, nosotros somos divisivos. La cuestión no es si ellos están de acuerdo con nuestra presentación de la verdad, sino si se mantienen sobre el claro terreno de la iglesia.
Si determinamos en nuestros corazones preservar el carácter local de las iglesias de Dios, no podemos dejar de encontrar problemas en nuestra obra. A menos que la cruz opere poderosamente, cuán incontables posibilidades de fricción habrá si incluimos en una iglesia a todos los creyentes en la localidad con todos sus pareceres variados. Cómo le gustaría a la carne incluir solamente a quienes tienen las mismas opiniones que nosotros y excluir a todos aquellos cuyas opiniones difieren de las nuestras. Tener constante e íntima asociación con la gente cuya interpretación de las Escrituras no se ajuste con la nuestra, es difícil para la carne, pero bueno para el espíritu. Dios no usa la división para resolver el problema; El usa la cruz. El desea que nos sometamos a la cruz, para que, por medio de las mismas dificultades de la situación, la mansedumbre, la paciencia y el amor de Cristo puedan ser profundamente forjados en nuestras vidas. Bajo las circunstancias, si no conocemos la cruz, probablemente discutiremos, perderemos nuestra paciencia, y finalmente tomaremos nuestro propio camino. Podemos tener puntos de vista correctos, pero Dios nos está dando la oportunidad de mostrar una actitud correcta. Podemos creer acertadamente, pero Dios nos está probando para ver si amamos acertadamente. Es fácil tener una mente con mucha enseñanza bíblica almacenada y al mismo tiempo poseer un corazón desprovisto de amor verdadero. Aquellos que no están de acuerdo con nosotros serán un medio en la mano de Dios para probar si tenemos experiencia espiritual o sólo conocimiento bíblico, para probar si las verdades que proclamamos son cuestión de vida en nosotros o mera teoría.
Romanos 14 nos enseña cómo tratar con quienes tienen opiniones distintas a las nuestras. ¿Qué haríamos si en nuestra iglesia hubiera vegetarianos y sabatistas? Indudablemente, consideraríamos casi intolerable que en la misma iglesia algunos de los creyentes guardaran el día del Señor y otros el sábado, y que unos comieran carne libremente, mientras que otros fueran vegetarianos estrictos. Esa era exactamente la situación que Pablo estaba afrontando. Notemos sus conclusiones. “Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones” (v. 1). “¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme” (v. 4). “Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros; sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano” (v. 13). ¡Oh que haya tolerancia cristiana! ¡Que haya grandeza de corazón! ¡Qué lastima! Muchos de los hijos de Dios son tan celosos de sus queridas doctrinas que inmediatamente clasifican como herejes, y tratan como tales, a todos aquellos cuya interpretación de las Escrituras difiere de la de ellos. Dios quiere que andemos en amor hacia todos los que sostienen puntos de vista contrarios a los puntos de vista que nos son queridos (v. 15).
Esto no significa que todos los miembros de una iglesia puedan tener cualquier punto de vista que les plazca, lo que significa es que la solución al problema de las diferencias doctrinales no estriba en formar partidos separados en consonancia con los diferentes puntos de vista que sostienen, sino en andar en amor hacia aquellos cuyo parecer difiere del nuestro. Por medio de enseñar con paciencia tal vez todavía podamos ayudar a todos con el fin de que lleguen a “la unidad de la fe” (Ef. 4:13). Mientras esperamos pacientemente en el Señor, quizás El les conceda la gracia a otros para que cambien sus puntos de vista, o tal vez El nos dé la gracia de ver que no somos tan buenos maestros como pensábamos. Nada prueba tanto la espiritualidad de un maestro como la oposición a su enseñanza.
Los maestros deben aprender humildad, y asimismo todos los otros creyentes. Cuando éstos reconozcan su posición en el Cuerpo, sabrán que no es dado a todos determinar asuntos de doctrina. Deben aprender a sujetarse a aquellos que han sido provistos por Dios para el ministerio específico de enseñar a Su pueblo. Dones y experiencias espirituales son necesarios para la enseñanza espiritual; consecuentemente, no todos pueden enseñar.
“Completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil. 2:2-4). Cuando las iglesias hayan tomado a pecho lo que escribió Pablo a la iglesia en Filipos, entonces será totalmente posible tener una sola iglesia en una localidad sin fricción alguna entre sus muchos miembros.

5 DIFERENCIAS RACIALES.
“Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dió a beber de un mismo Espíritu” (1 Co. 12:13). Los judíos han tenido siempre el más fuerte prejuicio racial de todos los pueblos. Ellos consideraban a las otras naciones como inmundas, y les estaba prohibido aun comer con ellas. Pero en su carta a los corintios, Pablo puso muy en claro que en la iglesia tanto el judío como el gentil son uno. Todas las distinciones en Adán han sido eliminadas en Cristo. Una “iglesia” racial no tiene ningún reconocimiento en la Palabra de Dios. Ser miembro de una iglesia está determinado por el lugar de residencia, no por la raza.
Actualmente, en las grandes ciudades cosmopolitas del mundo hay iglesias para los blancos e iglesias para los negros, iglesias para los europeos e iglesias para los asiáticos. Estas han surgido por la falta de entender que los límites de una iglesia son una ciudad. Dios no permite que exista ninguna división entre Sus hijos basada en la diferencia de color, costumbres, o manera de vivir. No importa la raza a la que pertenezcan, si ellos residen en la misma localidad, pertenecen a la misma iglesia. Dios ha puesto creyentes de diferentes razas en una sola localidad para que, trascendiendo todas las diferencias externas, ellos, en una sola iglesia, exhiban la vida misma y el Espíritu mismo de Su Hijo. Todo lo que nos viene por naturaleza es vencido por la gracia. Todo lo que era nuestro en Adán ha sido excluido en Cristo. El meollo del asunto es éste: ¿son todas las diferencias carnales eliminadas en Cristo o hay todavía lugar para la carne en la iglesia? ¿Son nuestros recursos en Cristo suficientes para vencer toda barrera natural? Recordemos que la iglesia en una localidad dada incluye a todos los creyentes que viven allí y excluye a quienes viven en otra parte.

6 DIFERENCIAS NACIONALES.
Los judíos y los gentiles representan tanto distinciones nacionales como raciales, pero en la iglesia de Dios no hay judío ni griego. En ella no hay distinción racial, ni tampoco distinción nacional. Todos los creyentes que viven en un solo lugar, no importa cuál sea su nacionalidad, pertenecen a la única iglesia. En el campo natural hay una diferencia entre chinos, franceses, ingleses y estadounidenses, pero en el campo espiritual no la hay. Si un creyente chino vive en Nanking, pertenece a la iglesia en Nanking. Si un creyente francés vive en Nanking, él también pertenece a la iglesia en Nanking. Lo mismo es válido para los británicos, los estadounidenses, y todas las otras nacionalidades, siempre que hayan nacido de nuevo. La Palabra de Dios reconoce la iglesia en Roma, la iglesia en Efeso, y la iglesia en Tesalónica, pero no reconoce la iglesia judía ni la iglesia china ni la iglesia anglicana. La razón por la cual los nombres de las ciudades aparecen en las Escrituras en conexión con las iglesias de Dios es que la diferencia del lugar del domicilio es la única diferencia reconocida por Dios entre Sus hijos. Su vida es una esencialmente, y por eso, indivisible; pero el lugar en el cual esa vida se vive, ineludiblemente variará en tanto que moren en la carne.
Dado que todas las iglesias son locales, si un creyente, cualquiera que sea su nacionalidad, se muda de un lugar a otro, inmediatamente viene a ser miembro de la iglesia en ese lugar y no tiene lazos con la iglesia de su lugar de residencia anterior. Uno no puede vivir en un lugar y ser miembro de una iglesia en otro lugar. No hay extraterritorialidad en cuanto a las iglesias de Dios. Tan pronto se excede el límite de la ciudad, se excede el límite de la iglesia. Si un hermano chino se muda de Nanking a Hankow, viene a ser miembro de la iglesia en Hankow. De igual manera, un hermano británico que venga de Londres a Hankow, inmediatamente es miembro de la iglesia en Hankow. Un cambio de residencia necesariamente implica un cambio de iglesia, mientras que el origen nacional no tiene importancia en cuanto a ser miembro de la iglesia.
Nuestros colaboradores que se han ido de China a las Islas del Mar Meridional deben tener cuidado de no formar allá una iglesia China de Ultramar. Es posible tener una Cámara de Comercio China de Ultramar, o un Colegio Chino de Ultramar, o un Club Chino de Ultramar. Todo lo que usted quiera puede ser Chino de Ultramar, pero no una iglesia. ¡Una iglesia es siempre local! Si uno va a cualquier ciudad en un país extranjero, entonces se sobrentiende que pertenece a la iglesia en esa ciudad. Las iglesias de Dios no tienen nada de chino.
Cuán glorioso sería si los salvos en cada ciudad pasaran por alto toda diferencia natural y sólo consideraran su unidad espiritual. “Somos los que creen en Cristo en tal o cual lugar” es la confesión más excelente que podría decir un grupo de cristianos. El hecho de que Cristo esté en usted o no, determina si usted pertenece a la iglesia; el lugar donde usted vive determina a cual iglesia específica pertenece. La pregunta propuesta por Dios al mundo es: “¿Pertenecen a Cristo?” La pregunta propuesta por Dios a los creyentes es: “¿Dónde viven?” La cuestión formulada no es nacionalidad sino localidad. Las iglesias de Dios se edifican sobre el principio fundamental de la ciudad, no sobre un fundamento nacional.
El concepto común de una iglesia autóctona, mientras que en algunos aspectos es muy correcto, está fundamentalmente equivocado en el punto más esencial. Puesto que el método divino de dividir la iglesia es conforme a la localidad, no a la nacionalidad, entonces toda diferenciación entre países cristianos y paganos va en contra del pensamiento de Dios. La iglesia de Dios no conoce judío ni griego; así que no conoce nativo ni extranjero, países paganos ni países cristianos. Las Escrituras hacen diferencia entre ciudades, no entre países cristianos y paganos. Si hemos de estar en completo acuerdo con la mente de Dios, no deberíamos hacer diferencia alguna entre la iglesia china y la extranjera, entre los obreros chinos y los extranjeros, o entre los fondos chinos y los extranjeros.
La idea de la iglesia autóctona es que los nativos de un país debían gobernarse a sí mismos, sostenerse a sí mismos, y propagarse por sí mismos, mientras que la intención de Dios es que los creyentes en una ciudad —sean naturales o extranjeros— deberían gobernarse a sí mismos, sostenerse a sí mismos, y propagarse por sí mismos. Tome, por ejemplo, a Pekín. La teoría de la iglesia autóctona hace distinción entre chinos y extranjeros en Pekín, mientras que la Palabra de Dios hace distinción entre los creyentes que están en Pekín —sean chinos o extranjeros— y los creyentes en otras ciudades. Es por eso que en la Escritura leemos de las iglesias de los gentiles, pero nunca de la iglesia de los gentiles. El intento de formar de todos los creyentes chinos una sola iglesia muestra una falta de entendimiento con relación a la base divina sobre la cual se forman las iglesias.
Por un lado, en las Escrituras no existe una iglesia de los gentiles, por otro, leemos de “la iglesia de los tesalonicenses”. Es significativo que ésta es la única expresión en su género en el Nuevo Testamento. La Palabra no habla de la iglesia de los griegos (una raza o nación), sino de la iglesia de los tesalonicenses (una ciudad). No hay tal cosa en el pensamiento de Dios que se llame la iglesia de los chinos, pero sí la iglesia de los pekineses. Las Escrituras no reconocen en absoluto a la iglesia de los franceses, pero si reconoce a la iglesia de los parisienses. Un entendimiento claro con respecto a la base divina de la formación de la iglesia —de acuerdo con la diferencia de ciudades y no de países— nos salvará de la idea errónea acerca de la iglesia autóctona. En ninguna localidad debe haber distinción alguna entre cristianos chinos y extranjeros, entre obreros chinos y extranjeros o entre dinero chino y extranjero.

7 DISTINCIONES SOCIALES.
En los días de Pablo, desde un punto de vista social, mediaba un gran abismo entre un hombre libre y un esclavo; sin embargo, ellos adoraban hombro con hombro en la misma iglesia. En nuestros días, si un peón de obra y el presidente de nuestra República pertenecen ambos a Cristo y viven en el mismo lugar, entonces pertenecen a la misma iglesia. Puede haber una misión para peones de obra, pero no puede haber jamás una iglesia para peones de obra. Las distinciones sociales no son base adecuada para formar una iglesia separada. En la iglesia de Dios no hay “siervo ni libre”.
En las Escrituras se mencionan por lo menos siete cosas definidas que Dios ha prohibido usar como razones para dividir Su iglesia. De hecho, estos siete puntos son solamente típicos de todas las otras razones que la mente humana puede concebir para dividir a la iglesia de Dios. Los dos milenios de la historia de la iglesia son un triste relato de las invenciones humanas que tenían como fin destruir la unidad de la iglesia.